jueves, agosto 22, 2013

Inútil


Me gustan las cosas bonitas, pequeñas e inútiles.


Cosas que compras pensando que son hermosas y que apenas pasados unos días están ya olvidadas, o incluso reemplazadas.


Sé perfectamente eso cuándo las estoy comprando, pero aún así no me detengo.


Me gustan. De verdad me gustan.


Me recuerdan a ella.


A la “ella” de hace tanto tiempo atrás. A la ella que no era buena en nada, a la que era bonita, con un cuerpo lindo y pequeño, pero resultaba a veces tan inútil para todo que muchos habrán pensado que estarían completamente dispuestos a canjear las pestañas negras y espesas, los ojos brillantes o la hilera de dientes blancos, por al menos un poco de habilidad.


A la ella de entonces, que tenía un centenar de personas cuidando su espalda, que la querían por su corazón y vivían asustadas por su enorme torpeza.


Pero ella no quería ser así por siempre.


Cuándo cumplió dieciséis años, dejó su vestido azul colgando del gancho en su cuarto, y se puso unas bermudas de JongHyun, su hermano junto con una playera que le quedaba enorme —igual—, de su hermano.


Su mamá, su hermana, los dos hombres de la familia; nadie dijo nada. Todos aceptaron a la nueva chica en pantalones cortos en lugar de la princesa de color azul que esperaban.


Nadie se sintió triste cuándo la chica comenzó a vestir así más seguido, ni siquiera cuándo regaló todos sus vestidos y faldas a la caridad.


No. Nadie se sintió triste.


Porque al mismo tiempo que los pantalones y las playeras aumentaban en su closet, ella lucía más hermosa.


Más feliz, más dispuesta a sonreír, más juguetona.


Y entonces, la chica fue buena en algo.


Se apuntó al club de fútbol y basquetball, y comenzó a practicar ambos deportes con locura.


Los músculos de sus piernas comenzaron a fortalecerse, ya no eran tan delgados. Eran fuertes y fieros. Sin embargo aún eran capaces de lucir femeninos y frágiles, en algunas ocasiones cuándo la chica mostraba de más sus pantorrillas, el contorno de sus piernas.


El pelo negro lo ataba en una coleta alta cuándo jugaba. El cabello suelto le llegaba poco antes de la cintura.


Ella había estado quejándose de lo mucho que le molestaba el pelo cuándo jugaba, de los delgados cabellos que se escapaban de su coleta para pegarse a su frente perlada de sudor.


Yo realmente no había hecho mucho caso a nada de lo que decía, no ate cabos. Y no note que sin notificar nada a nadie antes, ella haría lo que quisiera con su persona.


Fue un lunes. Un lunes apareció con el pelo corto más arriba de los hombros. El pelo negro se había vuelto más negro, se había enroscado sobre sí mismo y creado un nido suave y apacible de hebras oscuras.


Mi primera reacción fue gritar. Preguntar porqué no me había dicho nada antes de hacerlo, habíamos estado juntos la tarde anterior así que debió haberlo cortado luego de eso.

Ella prácticamente no respondió a nada, y se fue.


Días después yo aún seguía enojado; su cumpleaños se acercaba y lo que se me había ocurrido comprarle justo dos semanas antes fue un set completo de broches y sujetadores para el pelo.


Y ella se deshacía cómo si nada y de forma despiadada además, del principal receptor del regalo.


Sin embargo no pude evitar notar que sus ojos negros lucían aún más hermosos y brillantes con aquel corte.


Luego siguieron los tatuajes.


Y más tarde, los orificios en los oídos para los aretes.


Aunque de lo último no puedo quejarme, ya que me fue posible comprarle todos los aretes de su gusto.


Fue un cambio significativo, pero ella seguía siendo la misma.


Ella sigue siendo la misma.


Pequeña —no tanto—, bonita, aunque de una manera diferentes de cómo era antes, e inútil.


Porque aún no puede servir para nada que no sea hacerme feliz.











—Toma—Henry extendió un puño hacía Amber, y lo abrió sobre la mano de la chica.

Era una pequeña muñequita de porcelana. Diminuta.

—Eres cómo ella—señaló Lau.

Amber alzó ambas cejas, con la muñequita sobre la palma.

—Pequeña, bonita e inútil.

— ¡Hey! —vociferó Liu, tratando de comenzar su “no soy tan pequeña, si, soy bonita y no, ¡no soy inútil!”.

Pero Henry habló y rompió todo.

—Sólo existe una cosa para la cuál eres buena; puedes hacerme feliz con sólo un guiño. Al igual que ella—Henry tocó con su dedo índice el bracito derecho de la muñeca, Amber tomó el bracito sin entender y casi sin querer lo haló, empujándolo hacía abajo.

La muñequita hizo un guiño. Henry sonrió, y Amber se sintió muy feliz, y para nada inútil.

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